El presidente compareció tras el desastre en la Cadena Ser para autoinculparse, algo que le confería dignidad en estos momentos tan malos, de no ser porque acto seguido, repartió responsabilidades a la dirección deportiva, que había errado en verano y en diciembre, a la afición, que sólo sabe quejarse sin mirar que antes todo era peor, a la prensa, que ha contribuido con su altavoz a ataques desproporcionados contra su persona, a que no tenían campo de entrenamiento, algo que además repetía como si no fuera eso una responsabilidad suya, sino de otros, y no sé si también alguna culpa fue a caer sobre el empedrado de la tribuna del Arcángel, que por cierto está en bastante mal estado.
Terminó ofreciendo abonos “gratis”, esa palabra mágica que arremolina al pueblo en nuestro favor, aunque sea de una manera efímera. Y también advirtiendo de que a ver si ahora nos vamos a creer que tenemos que ser el mejor equipo de Segunda. La comparecencia no tuvo desperdicio porque si sabemos leer entre líneas, podemos entender muchas cosas. La mayoría de la gente ya no cree a Carlos González, su voz ha perdido peso a fuerza de medias verdades y de justificaciones a veces demagógicas (“la afición me montó una manifestación de protesta por la gestión deportiva del equipo que ascendió”), pero creo que también sería un tremendo error no prestar importancia a muchas de las cosas que dice.
Por más que su estrategia de comunicación sea cuando menos discutible, que su proyecto, si acaso existe, sea cuestionable, en todo lo que dice también hay una parte de razón, aunque a veces no sea la que él pretende dirigir. Es verdad que la planificación deportiva ha sido mala pero, ¿por qué? ¿qué fue lo que ocurrió realmente en verano? ¿qué papel jugó Cordero en los fichajes? Es verdad que es vergonzoso que un equipo en la élite haya estado tres meses, o la temporada entera, sin un campo digno para entrenar, pero, ¿acaso no es el club quien tiene que prevenir eso, o, llegado el caso, solucionarlo? Es verdad que la afición también puede equivocarse y que siempre se pueden hacer lecturas objetivas de que lo de antes era peor, exactamente las mismas que al revés, pero, ¿a qué conduce eso? ¿qué responsabilidad sobre el fracaso deportivo tiene eso para meterlo en esta mezcolanza de culpas? Y lo de la prensa, pues bueno, que quieren que les diga, esa es la vieja historia de siempre.
González es un presidente peculiar, un hombre que vive las veinticuatro horas por el club sin que sepamos muy bien si eso es bueno o malo para éste. Se rodea de mucha gente que no es capaz de decirle lo que realmente piensa, temerosos tal vez de su carácter último. Él ha llevado al Córdoba a Primera y eso debería de haberle proporcionado mucho más crédito del que realmente tiene, si es que le queda alguno. Cuestionado permanentemente, ahora se enfrenta a un nuevo reto: el de la reconstrucción. Tendrá que poner las bases de un equipo que regresa a Segunda de una manera muy distinta a la que siempre estuvo, y tendrá que darse cuenta de que eso no puede hacerlo repartiendo culpas sino aprendiendo de los errores y, sobre todo, siendo consciente de que una empresa de ese calibre, no podrá acometerla solo.
Publicado en Cordobadeporte el 14/04/2015