El uno de octubre por la tarde, o, para que todos nos entendamos mejor, en la previa del día del Valencia, a Fermín, a sus ochenta y tres años, empezó a sudarle todo el cuerpo de repente. Aquellos calores que estaban deviniendo en sofoco no le parecían muy normales así que se asustó, y descolgó el teléfono para llamar a su hijo Juan Carlos, que acudió rápido y afortunadamente, a tiempo. Al día siguiente, o sea, el día del Valencia, cuando por fin volvió en sí después de la operación, una vez que se hizo cargo de la situación, lo primero que preguntó en aquella desangelada unidad de cuidados intensivos fue cómo había quedado el Atleti.
La historia de Fermín es la historia de un hombre corriente, es decir, una historia extraordinaria. Su padre tenía el primer matadero de pollos de Madrid y él, como casi toda la familia, trabajó desde muy temprano en el negocio familiar. Cuando tenía ocho años, el tío Maxi le hizo socio del Atleti. Podríamos decir que intervino el azar porque el tío Maxi era socio del Atleti y también del Madrid, hasta que un día tuvo un problema en Chamartín y decidió no volver jamás a ese estadio. Podríamos decir que sí, que intervino el azar para que Fermín fuese socio del Atleti y no del Madrid, pero cuando uno conoce a Fermín se da cuenta de que hay cosas que no suceden por casualidad: el tío Maxi tuvo aquel problema porque aquel niño no podía ser de otro equipo que no fuese el Atlético de Madrid.
Los sudores, el calor repentino, aquel sofoco que le hizo descolgar el teléfono para llamar a su hijo resultó ser un infarto. Precisamente ahora, con ochenta y tres años, sentado en un sofá. Después de haber aguantado Bruselas, Lisboa y Milán, después de haber salido adelante, superando las duras y las muy duras, de haber sobrevivido a la ausencia inabarcable de Argi, después de todo eso, la muerte amenaza así, cuando estás a solas, tranquilo y sin sobresaltos. La muerte acecha solitaria queriéndose cobrar una víctima equivocada porque lo que la muerte no podía saber es el tamaño y la fuerza del corazón de Fermín. Un corazón rojiblanco, al que se necesita algo más que un vulgar infarto para poder doblegar. Operación urgente, muelles, angustia detrás de un cristal.
Fermín se crió en el Metropolitano y puede contar la Historia de los cincuenta años del Calderón. Conoció a Ben Barek, a Escudero, a Silva, que era el que más le gustaba. Gárate, y el negro Pereira y Luis, Luis parecía el amigo del barrio. Adelardo, el Pechuga, Navarro, habla de ellos como si los hubiera criado a todos. Fermín fue hasta Bruselas en un autobús, y se volvió con aquel sabor amargo, intuyendo ya la desgracia que vendría en el partido del desempate. No podía ni imaginar que cuarenta años después la historia le volviese a regalar aquella crueldad de nuevo, más sofisticada y dolorosa. A Lisboa lo llevó su hijo Juan Carlos, al que él hizo del Atleti cuando desde muy pequeño lo acompañaba al Calderón junto al señor Mazas. Fueron también por carretera y Fermín contaba a todo el mundo qué él estuvo en Bruselas y que con ochenta años que tenía, ya era hora de ajustar aquella cuenta. Pero no se ajustó. Y llegó Milán, y su hijo, Juan Carlos, lo volvió a llevar, sí, también por carretera, y en aquel almuerzo de spaguettis e ilusiones él seguía manteniendo el optimismo diciendo que habría que ganar, porque ya no sabía si iba a poder venir a la próxima.
“¿No me entiendes?” es la manera en la que Fermín termina de contarte algo. Pues claro que te entendemos Fermín, te entendemos mucho mejor de lo que nadie se puede imaginar.
Detrás del cristal su hijo Juan Carlos lo mira y sabe que su padre sonríe porque el Atleti ha ganado en Mestalla y piensa en que menos mal que no vio los penaltis fallados y la tensión del partido y se emociona cuando calibra lo ha venido a ocurrir. Cuando se da cuenta de que todos los momentos mágicos del Atleti, que viene ser a lo mismo que todos los momentos mágicos de la vida, los ha vivido junto a su padre. Las decepciones: aquel descenso, aquellos tristes años sin ganarle al Madrid, Barcelona, Lisboa, Milán pero también los éxitos, las Copas ganadas, el doblete para la Historia, Hamburgo, Bucarest. En todos y cada uno de esos lugares hay amigos que van y vienen pero siempre hay al lado un hombre bajito y mayor, con gafas redondas y andar pausado. Fermín, su padre, que sonríe tras los cristales de la UCI porque sabe que el Atleti, como él, ha vuelto a ganar el partido.
Cuando nos encontramos perdidos, Fermín es el hombre que tiene la respuesta:
“¿No me entiendes?”, pues claro que sí Fermín
Cuando dudamos del cambio de estadio:
“Si ya nos cambiamos del Metropolitano y antes se habían cambiado otra vez, no pasa nada, además está muy cerca de casa de Juan Carlos, ¿no me entiendes?”
Cuando nos tiramos tantos años sin ganarle al Madrid y aquellas previas parecían un sepelio y le preguntábamos por qué:
“Pues por qué son unos sinvergüenzas, ¿no me entiendes?” pero sinvergüenzas quiénes Fermín, los jugadores, el entrenador, los directivos … “pues todos”
A Fermín nadie lo podría quitar del Atleti pero el año de la liga de Cabeza, él no pudo renovar su carnet de socio: tenía el número 787. La pollería no daba para más y había tres niños que alimentar y a Fermín, que estuvo en Bruselas, y después en Lisboa, y también en Milán, y en todos esos recónditos lugares donde se forja la Historia de este club a golpe de desengaños, tuvo que digerir el más grande de todos, que fue la derrota de no poder pagar su carnet y tener que espaciar las visitas a ese estadio que también era su casa. Eran tiempos duros donde no había lugar para sentimentalismos ni nostalgia. Aquella pena la enjuagó Fermín el día que más falta le hacía, que fue cuando el Atlético bajó a Segunda y junto a su hijo decidieron que ya estaba bien, que se había terminado. Desde ese momento, él, su hijo Juan Carlos y el Atleti fueron juntos a todos los sitios importantes, que como ustedes saben son los cotidianos.
Fermín ha estado en muchos sitios viendo al Atlético de Madrid. En todos menos en uno: el Santiago Bernabéu. No se sabe muy bien si por respeto a esa cábala del tío Maxi que hizo que él fuese del Atleti o tal vez por ser coherente con la animadversión que le produce el equipo que regenta ese estadio. El caso es que un día decidió que no pisaría ese lugar y es algo que nadie va a poder cambiar. Pero por qué Fermín, si ahora les ganamos. Fermín, es la Final, hay que ir.
“Si no he ido ya no voy a ir ahora, ¿no me entiendes?”
Al abandonar el hospital, el médico le ha dicho que la cosa ha sido seria, que su corazón es fuerte y ha resistido, pero que hay que tomarse las cosas con calma y no sobresaltarse. Él mira de reojo a Juan Carlos y cuando salen de la consulta le pregunta si el domingo vuelven al Calderón. Su hijo, todavía asustado por lo que ha pasado, le recuerda lo que le ha dicho el médico y Fermín, con esa sabiduría que a todos nos ha guiado siempre le dice:
“Si de todas formas lo voy a ver en la tele, pues mejor será verlo allí, ¿no me entiendes?”
El Atleti lo recibió con un pequeño susto para adaptar el corazón y con cuatro goles preciosos para derrotar al Málaga.
Fermín, que bueno que volviste.