Hace cuarenta y dos años que encajó el gol por el que sería recordado toda la vida, cuarenta y dos años en los que sucedió aquella final de Bruselas que marcó los destinos de un equipo que ha sido siempre tan especial, en la manera de ganar y sobre todo en la de perder. Aquella noche de San Isidro de mediados de los setenta, el Atleti desperdició su oportunidad de ser Campeón de Europa, quien sabe lo que hubiera sucedido entonces, qué realidad nos habría traído hasta aquí si Miguel Reina (Córdoba, 1946), hubiera detenido aquel disparo lejano de un rubito con nombre impronunciable. Él llegó al Atleti en el año de aquella desgracia que estaba por llegar, venía de ser Zamora en el F.C. Barcelona, en un traspaso que a los jóvenes de hoy les parecería imposible pero que entonces no, “la diferencia no era tan grande. Había una igualdad mucho mayor. Yo me fui a un club señor que jugaba la copa de Europa y allí conseguí ganar una Liga, que no la había conseguido en el Barcelona, además de la Copa del Rey y de la Intercontinental”, apunta el cordobés al que se le viene el brillito a los ojos cuando recuerda su llegada al Manzanares y al hombre que hizo que aquello fuera posible: Don Vicente Calderón.
Lo que trajo a Reina al Atleti no fue un desencuentro, ni el anhelo de ganar títulos, ni siquiera de ganar más dinero, no fue ninguna de las vainas que ahora colman las inquietudes de los futbolistas contemporáneos. Lo que trajo a Reina al Atleti fue el infortunio, la ruina, el desprecio de unos y la solidaridad de otros. “Yo tenía una empresa de confección con la que fabricábamos artículos de piel, con 54 trabajadores. Un hermano mío, que la llevaba, cayó enfermo con un tumor en la columna y tuvo que estar seis meses fuera y en ese tiempo el jefe de taller y el jefe de ventas, los muy cabrones, me estafaron 32 millones de pesetas. Tenía 27 años y le pedí ayuda a Montal (entonces presidente del F.C. Barcelona), que me adelantase la ficha de unos años para yo poder llegar a un acuerdo con los acreedores pero me dijo que no, que el Barcelona no quería verse mezclado en una situación de ese tipo”, explica con resignación el portero cordobés.
“Cuando hablé con Don Vicente me dijo que no me preocupase, que yo a parar que era lo mío. Me adelantó la ficha de cinco años, me puso un abogado y en dos años y medio levantamos la suspensión de pagos, me parece a mí que debe ser la única que se ha pagado en España, esa la pagué yo, con un par de cojones”, apunta con orgullo e insiste siempre en el nombre de Don Vicente “era un ser especial, una de sus hijas es madrina de un hijo mío, para mí es como un padre. Yo dije que si él se iba yo me iría con él y así fue, en el ochenta, cuando se marchó, yo me fui con él”.
El fútbol era muy distinto entonces, no había tantas cadenas de televisión, tampoco internet, no había 500 millones de personas pendientes de un partido. No podían conocerse a los rivales con precisión, a veces de oídas, las más eran auténticos desconocidos. Pesaba el nombre más que ninguna otra cosa. Para rescatar la verdadera esencia de aquella Copa de Europa del setenta y cuatro, lo único que sirve es acudir a la memoria de los que la vivieron, de quienes fueron protagonistas y testigos de la historia. “Tuvimos una eliminatoria muy dura con el Galatasaray, de la que se habla menos pero que fue muy difícil con lo que representaban los turcos, luego el Dínamo, y el Celtic, allí teníamos al extremo derecha aquel que era muy rápido y que Panadero se encaprichó con él y luego llegamos a la final con un equipo que tenía nueve futbolistas que iban a ser campeones del mundo”
– ¿Impresionaban los alemanes?
– No, para nada, yo creo que les dimos bien, no nos impresionaban porque nosotros también éramos internacionales y teníamos un deseo enorme de ganar. Tampoco el ambiente, ni el escenario, no sentimos nada especial en ese aspecto, porque nosotros estábamos acostumbrados a jugar en un estadio de 60 mil personas. Teníamos la responsabilidad de poner un broche de oro a algo que nos había costado mucho y que deseábamos enormemente.– ¿Cuántas veces se ha preguntado cómo pudo ocurrir aquello?
– Muchas. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya? Jugamos bien, no hubo un asedio, no tuvieron tantas ocasiones, fue el zapatazo aquel y pare usted de contar. Pecamos de ingenuos, deberíamos haber hecho cualquier cosa llegados a ese punto, yo que sé, irte a un córner, besar al árbitro, no sé, cualquier pillería, no se puede ir en ese momento, pero no lo hicimos.– Decía Adelardo que llego a mirar a la grada para ver por qué escalera tendría que subir a por la Copa
– Pues mi compadre, lo que tenía que haber hecho es mirar más a Swazenber. compadre, deja de mirar las escaleras y mira al rubio …– ¿Sería capaz de escribirlo sin equivocarse?
– Ni de broma
Así es la vida, catorce temporadas entre dos de los clubs más grandes del mundo, trofeos Zamoras, una Liga, una Intercontinental, Copas del Rey, una historia de superación constante, un portero que, desde un barrio humilde a la orilla del Guadalquivir llegó a la más alta de las glorias, llegó a jugar en una Selección donde la meta la tenía en propiedad un tal Iríbar y que en cambio pasará a la Historia por el gol del rubito aquel “que además era el menos bueno, que no era Beckenbauer, vamos”. Un zapatazo lejano y doloroso por el que Reina permanecerá en la memoria de muchos y en la historia de este deporte y este clubo. “El otro día un compañero tuyo me decía, Miguel, a ti se te recuerda porque has tenido grandes actuaciones y yo le decía, a ver, dime una. La verdad es que no me acuerdo (ríe). ¿Ves? ¿A que del gol del Bayern de Múnich sí te acuerdas? Pues te voy a decir dos goles más que son muy famosos, el de Cruyff, que era yo el portero y otro para el que hay que tener un par de cojones, a ver qué portero se ha marcado un gol en propia puerta desde fuera del área (contra Holanda)”, rie Miguel tratando de quitar hierro al asunto, haciendo ver a las claras que en este juego maravilloso que es el fútbol, también los errores cuentan, hasta el punto de marcar una vida.
– ¿Cómo puede un equipo recuperarse de un golpe así?
– Éramos un equipo muy bueno, con mucha calidad. Ahora existe una preparación física mayor, pero a calidad yo echo a pelear a cualquiera. Salcedo, Luis, Alberto, Ufarte, a Ufarte lo sacaron a hombros aquí en Córdoba cuando debutó con la selección. Adelardo, Capón, Melo, Gárate era la madre que lo parió, aquel equipo tenía una calidad tremenda. Y luego llega Pereira, madre mía Pereira, eso hoy en día no se ve, ¿un central sacando el balón jugado así? Un tío que en su área le tiraba un caño a Cruyff, ¿quién hace eso ahora? Pues eso lo hacía éste, ahora que yo me acordaba de su madre más que de él (ríe).– Siempre me ha resultado curioso que la calidad de aquel equipo no tenía el mismo peso en la selección, ¿cómo se explica eso?
– Se explica muy sencillo. Como se explica ahora. Pero para qué vamos a hablar. Yo duermo muy feliz, quizás otros no puedan dormir. ¿Cuántas veces ha sido internacional Paco Gento? Pues Collar era mejor, jugaba al fútbol como la madre que lo parió, pero hasta el propio Manolín Bueno, tenía más calidad 70 veces pero Paco Gento era Paco Gento. Tampoco vamos a cuestionar la calidad de Gento, que también era muy bueno pero Enriquito Collar te dormía, acariciaba la bola. Manolín Bueno, que era amigo mío me decía a mí, ya tengo mi calendario hecho: voy a jugar tres seguro, el de Simonet en Córdoba que va a dar hostias, el de Campanar en Sevilla, que pega fuerte, ese para mí también, y el de Granada ya ni te cuento, el de Granada voy en coche cama, a ese Paco (Gento) ni se desplaza (risas). ¿Tú no sabes eso que se decía de que los partidos del Madrid no se acababan hasta que no empataba Roberto Martínez?– Hábleme de Luis
– Luis y yo éramos vecinos, nos llevábamos muy bien, y él se fue con ese disgusto. Que aquel gol suyo no sirviera para dar la primera Copa de Europa. Yo le decía Zapatones, titi, que le vamos a hacer, no estaría de Dios.– Fue su compañero y amigo, y después su entrenador
– Pasamos de un tú a un usted. Era un genio. De irnos de fiesta a usted y usted, pero bueno ¿cómo que usted? Mira, un día estábamos en Las Palmas y vemos un cartel: gran actuación de Bambino en Sala Oasis y Juan Carlos Lorenzo nos dice, hoy no se sale. Yo le digo, titi, escúchame, ¿qué hacemos?, él y yo éramos muy amigos de Bambino. Y él, pues vamos a vestirnos y nos vamos. Panadero nos preguntó si podía venirse con nosotros y nada, nos fuimos y estuvimos toda la noche de cante flamenco, hasta la hora que salía el autocar para el aeropuerto. Y de eso, pues a hablarnos de usted.– ¿Pero cómo puede hacerse esa transición?
– Pues muy bien, porque era un genio. Nos llamó a todos los que teníamos peso en el vestuario para pedir ayuda y apoyo, para decirnos que se iba a hacer cargo del equipo. Era un trabajador, muy listo, sabía lo que era un vestuario, como respiraba la gente, y darle a cada uno lo que necesita, porque todos no necesitan lo mismo.
Parecía que lo que ocurrió en Bruselas sería algo que no podría volver a ocurrir. Pero entonces llegó Lisboa. “En el fútbol influye la suerte, este año la hemos tenido en la semifinal allí en Múnich, al Bayern se le fue contra el Manchester. Tal vez para nosotros sea más doloroso porque no tenemos ninguna Copa de Europa, nos falta ese sabor” dice Reina cuando intenta explicarse lo que ocurrió en la final frente al Madrid. Habla de suerte, ese concepto a través del cual tratamos de comprender lo ininteligible, aquello que escapa a la razón. Lo cierto es que parecería absurdo que un equipo pierda su segunda Copa de Europa, de nuevo en el descuento, cuarenta años después, pero sucedió. Había vuelto a ocurrir, a Miguel le faltaron “treinta segundos para ser campeón. Y esta vez estaba solo, frente al televisor, porque a mí estos partidos me gusta verlos solo y pensaba ¿cómo nos puede ocurrir otra vez lo mismo? Tiene cojones la cosa. El equipo estaba muerto, no había aliento para saltar, y nos faltó esa pizca de suerte”.
– ¿De verdad cree que es cuestión de suerte?
– Sí, ya te lo he dicho antes, ¿qué debe pensar la gente del Bayern después del partido allí? Ese partido no quisiera yo pasarlo en mis carnes. Me recordó a uno que jugamos nosotros en Valencia. Salí con la cara hinchada, hielo en el pecho, me habían pegado cien balonazos, cuatro en el larguero y Leal cogió una y pum, golazo, y salimos ganando 0-1. Estaba Di Estéfano de entrenador del Valencia y cuando le preguntaron al nuestro por el partido, Juan Carlos Lorenzo, ya sabes cómo son los argentinos, empezó que si las perforaciones profundas de los delanteros jugando por banda, que si las ayudas de los interiores, en fin, un rollo macabeo, gracioso y cuando le fueron a Di Estéfano y dijo ya, de haberlo sabido hubiera hecho la doble tenaza (ríe)– ¿Y entonces, qué nos espera en Milán?
– Recuerda lo que sucederá: No será lo mismo. Seguro. Imposible. El Real Madrid debe estar intranquilo, entre otras cosas porque para mí, hoy por hoy, es un equipo inferior al Atlético de Madrid. Simeone y todos los jugadores, que muchos son los mismos, estarán muy motivados, será un revulsivo más. No volverá a pasar lo mismo. Recuérdalo.