Algunos piensan que es sólo fútbol, once tipos millonarios corriendo detrás de una pelota, la simple evolución mercantilista del deporte que fuera del barrio. Pero para otros es algo más que eso, han convertido el fútbol en una excusa, no es realmente un juego sino la metáfora de sus vidas: una manera de transitar, la forma en la que quieren hacer las cosas, no es sólo el porqué, sino también el cómo. Esto es el Atlético de Madrid, el territorio donde el fútbol y la vida se confunden.
Dice el escritor Eduardo Sacheri que “hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales; desconozco cuánto sabe la gente de la vida, pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”. Es probable que, si hubiese nacido en Madrid, el escritor argentino sería hincha del Atlético de Madrid, un equipo que lleva a la confusión los extremos del fútbol y la vida, bordea los límites, disipa fronteras, hasta fundir ambas cosas en una. No es sólo fútbol, también es la vida.
Históricamente, el Atlético de Madrid nace y desarrolla su historia a la sombra del poder. Esa posición, la de un equipo que sobrevive al lado de otro muy poderoso, no es original de Madrid, sucede en otras muchas ciudades, aunque tal vez en pocas el espíritu de rebeldía alcance estos extremos. El Atleti, en contra de lo que suele ser habitual, no termina resignándose a los designios que maneja el poder, bien al contrario, construye sobre esos valores de contrapoder y no aceptación del orden establecido una historia con la que trata de igualarse, con la que mantiene el pulso a lo largo de los años.
El Real Madrid acapara títulos y el Atleti se adueña de la vida
Mientras el Real Madrid acapara títulos e influencias el Atleti se apodera de la vida. Construye su relato desde unos principios que nos son cotidianos y que sirven a sus hinchas no sólo para ir al estadio, sino también para levantarse cada día. Nadie como la escritora Almudena Grandes describe este sentimiento de pertenencia en el documental “Un césped de cien años”: “ser del Atleti en la misma ciudad donde está el Real Madrid es casi una elección moral. Es más difícil, y no significa lo mismo. Ni un millón de Champions podrían compensar la desobediencia y la pasión, la rebeldía de quienes dicen que no frente a un equipo que representa una permanente exhibición de opulencia. Ser del Atleti tiene un valor especial que no se mide en títulos, se mide en sentimientos. Somos unos sentimentales. Madrid es coraje y corazón”.
Institucionalmente, el club ha entendido que su grandeza no reside sólo en ganar campeonatos, sino también en los valores. Por eso, en la última década ha venido reforzando esa idea desde prácticamente todos sus ámbitos. “Una cuestión de fe”, “El Atleti te hace más fuerte”, “Coraje y Corazón”, “Nunca dejes de creer” son algunos de los lemas sobre los que ha basado las temporadas recientes. Son frases que tienen que ver con el fútbol pero más con la vida. El Atleti refleja eso, el equipo no busca ganar por ganar, persigue la victoria a través de unos valores, de la misma manera que en la vida no se persigue el éxito por el éxito, se huye de esa vacuidad. Se asume el fracaso como una enseñanza, la derrota como algo imprescindible para lograr la victoria. Porque los valores permanecerán, en la victoria, y sobre todo, en la derrota. El fútbol y la vida.
Hay una figura trascendental en la Historia reciente en el posicionamiento del Atlético de Madrid y en el refuerzo de esta teoría: Diego Pablo Simeone. Cuando el preparador argentino llegó al Atlético de Madrid para ser entrenador del primer equipo, en diciembre de dos mil once, el club se encontraba completamente a la deriva. Sorteaba derrotas deportivas mientras le acechaba la derrota definitiva, que era la de la pérdida de identidad. En aquellos tiempos convulsos, el Atleti sufría una pérdida de valores tal que los más antiguos del lugar no podían reconocer en él los motivos que les habían hecho amar ese club. Simeone llegó e hizo lo más complejo, que con frecuencia se basa en tomar decisiones que parecen simples.
Simeone y la vuelta a los viejos valores
El argentino rescató los viejos valores, que tienen más que ver con la vida que con el fútbol. Estableció la filosofía del “partido a partido. Vivimos cada partido como si fuera el último”, un símil futbolístico que invita a vivir el presente, a no cegarse con los planes de futuro. Instauró un método de trabajo en el que nadie puede dejarse nada, “el esfuerzo no se negocia. Si se cree y se trabaja, se puede”. Alentó una y otra vez algo tan importante, casi imprescindible, como el sentimiento de pertenencia “de jugador no cambiaba la camiseta del Atleti, me tenían que dar dos, la mía valía más”. Cada cierto tiempo recuerda el papel de contrapoder que debe jugar el Atlético de Madrid “seguiremos molestando y peleando”. Ante el acoso mediático producido por la prensa afín al gigante blanco se rebela e invita la desobediencia con su célebre “no consuman” y por último, hay una frase de Simeone pronunciada en abril de dos mil catorce, tras un partido frente al Villarreal, que define con precisión lo que representa pertenecer al Atlético de Madrid, no importa si eres jugador, utilero o hincha: “somos pasión, somos alegría y si toca sufrir, sufrimos”. Una forma de entender la vida.
El momento perfecto llegó bajo la lluvia
Podrían rescatarse incontables momentos de la centenaria Historia rojiblanca que pudieran ilustrar cómo el Atlético de Madrid tiene más que ver con la vida que con el fútbol, pero hay uno, reciente, que contiene una fuerza extraordinaria. Fue en mayo de dos mil diecisiete, en el penúltimo partido en el que el Vicente Calderón vería a los suyos. El Atleti acababa de caer eliminado en la semifinal del Champions frente al Real Madrid y justo al acabar el encuentro se desató una increíble tromba de agua sobre Madrid. Bajo aquel diluvio inesperado, en la zona donde se encontraban los seguidores del Real Madrid, estos trataban de ponerse a recaudo de la lluvia, hacían ímprobos esfuerzos para colocarse un chubasquero que les resguardase del agua. Acababan de clasificarse para una nueva final y, tal vez hastiados de tanto éxito ya su preocupación única era el plástico y el agua. En frente, se produjo una escena emocionante. Los derrotados, los que no jugarían la final, recibieron el agua a golpe de cántico, permanecieron ahí, quietos, saltando y entonando una y otra vez la canción de sus vidas, el grito por el Atlético de Madrid, frente a la derrota más dolorosa, frente a la tempestad más real, celebraban. Habían perdido pero celebraban. La televisión captó la secuencia, quedaban retratados frente a frente, en una alegoría casi perfecta, dos maneras de entender el triunfo y el fracaso, dos maneras de entender el fútbol. O la vida.
Fotos: Rubén de La Fuente