El noventa por ciento de las viviendas de Varsovia estaban destruidas. El cuarenta por ciento en Alemania, tres millones y medio en Londres. Las redes de transportes francesas y germanas estaban completamente inoperativas. No había puentes en pie por los que se pudiera cruzar el Sena ni el Rin [1]. La Segunda Guerra Mundial dejó un paisaje de ruina y destrucción sobre Europa, un escenario donde los vencedores podían a duras penas distinguirse de los vencidos. La guerra, prolongada por la deriva hacia el sinsentido de la Alemania nazi, dejó ciudades destruidas, poblaciones mermadas, países sin futuro, gente sin presente.
Cada uno de los territorios en los que se estuvo librando la guerra quedó mutilado, sin infraestructura, sin materias primas, sin economía. Los sistemas financieros estaban colapsados, el sistema productivo casi destruido, la inflación desbocada. El aliento de la victoria aliada quedó pronto menguado por la sombra de un futuro incierto repleto de hambre, frío y escasez. La vida se convirtió en una suerte de supervivencia extrema, el hambre, la pobreza y la enfermedad se convirtieron en el principal enemigo.
En ese contexto gris, el comunismo recogía adeptos como la única alternativa posible a cambiar el rumbo del mundo. Los partidos rojos de los principales países subían en las encuestas. En las elecciones del 46 en Francia, el partido comunista logró el 30% de los votos. En las del cuarenta y ocho en Italia la victoria del Frente Democrático Popular se barruntaba como casi segura. Y entonces George Marshall entró en escena.
General Marshall, el hombre sin nombre de pila
George Marshall nació en Uniontown, una pequeña ciudad de Pensilvania. Creció en el seno de una familia acomodada y se entregó por completo a su vocación militar desde que ingresara siendo un niño en el Instituto Militar de Virginia. Su ascenso en el ejército norteamericano fue proporcional a su trabajo: abnegado, inteligente, calculado. En la Primera Guerra Mundial, con treinta y siete años, merced a su impecable función en la ofensiva de Argonne, se ganó un lugar en el Estado Mayor. Desde ahí, como fiel lugarteniente del general Pershing, su trayectoria fue imparable: en el treinta y cuatro era coronel, en el treinta y seis, general, y en el treinta y nueve fue nombrado Jefe Mayor del Departamento de Guerra por Roosevelt.
La presencia de Estados Unidos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial estuvo bajo su mando, reordenó y modernizó el ejército preparándolo para la batalla. Fue el cerebro de la operación ‘Overload’, la puerta hacia el fin de la guerra en Normandía. Fue nombrado hombre del año en 1944 por la revista Time y el propio Churchill lo señalaría como “el organizador de la victoria aliada”. Ganó la guerra en el cuarenta y cinco y, justo en ese momento, dejó el ejército.
Con perfil austero y un fuerte carácter, Marshall había desarrollado su liderazgo hasta el punto de no permitir a nadie, ni siquiera al presidente, llamarlo por su nombre de pila, George. Era el momento de iniciar su carrera política en la que sirvió de enlace en los principales conflictos que la guerra había dejado abiertos y en el 47 fue nombrado Secretario de Estado. Parecía difícil conseguir un hito en su nueva etapa mejor que el que había logrado al hacer vencer al bando aliado en la guerra, pero ese año, en la Universidad de Harvard, pronunció un discurso que fue el germen de la que sería su nueva encomienda y tal vez, su mejor legado. Un plan que serviría no sólo para reconstruir un continente devastado, sino para establecer un nuevo orden mundial que estuvo vigente en el próximo medio siglo. Dir Stikker, ministro holandés de exteriores, dijo de él: “los discursos de Churchill ganaron la guerra; el discurso de Marshall ganó la paz”. Y efectivamente, en 1953, cuando había transcurrido un año desde la finalización de su plan, George Marshall recibió Premio Nobel de la Paz.
El discurso: la semilla que hizo crecer un nuevo mundo
El cinco de junio de 1947, en la Universidad de Harvard, George Marshall pronunció un discurso en el que ya se pueden entresacar las líneas maestras del posterior Plan que sirvió para rescatar a Europa. En él, Marshall describe con bastante detalle la dramática situación europea y la imposibilidad de que sus países puedan salir solos de ahí. Habla de la ruptura de lazos comerciales, de la escasez de materias primas y productos esenciales, de la destrucción de la industria y la descompensación entre el campo y la ciudad. Pone en valor lo imprescindible de la recuperación, pues sin ella no habrá estabilidad política y por supuesto, tampoco estará garantizada la paz.
Muestra a los Estados Unidos como un elemento integrador, y ofrece la disposición a colaborar con cualquier país que estuviese dispuesto a lograr la recuperación. De la misma forma, se posicionaría en frente de aquellos que tratasen de bloquearla. Textualmente “…nuestra política no va dirigida contra ningún país ni ninguna doctrina, sino contra el hambre, la pobreza…”, una forma sutil de dejar el testigo de la exclusión a la Unión Soviética y sus políticas. Pero también cede la responsabilidad a los países europeos, y remarca que la iniciativa, el plan de acción, debe venir de ellos, y que EE. UU. se limitará a apoyar sus propuestas en la medida en que les sea posible.
Concluye anticipando los condicionantes: la iniciativa debía ser de Europa, los países tenían que coordinarse acerca de qué plan querían llevar a cabo y en qué medida, cómo y cuándo, iban a distribuir las ayudas que necesitaban. Todo debía encuadrarse en un marco de libertad comercial mundial y la ayuda tendría que asumirse por la totalidad o la mayoría de los países europeos.
El discurso fue un magnífico ejercicio de retórica, una eficaz arma de comunicación en la que, como es lógico, no aparecen explicitados ninguno los principales objetivos que los estadounidenses pretendían con el plan y que pueden resumirse en una sola frase: ejercer su poder económico y político en el mundo.
El plan, hito a hito
Tras el discurso, Francia y Gran Bretaña convocaron a la Unión Soviética para organizar un plan que diese respuesta a las intenciones norteamericanas. Stalin envió a su ministro de exteriores, Mólotov, conservando la intención de poder dirigirlo todo hacia sus intereses, pero rápidamente observó que las intenciones de Francia y Reino Unido estaban alineadas en la lógica norteamericana y mostró su rechazo al plan.
El 12 de julio fue convocada en París una cumbre a la que acudieron todos los países excepto España, que permanecía al margen por no haber participado en la guerra y haber mostrado sus simpatías fascistas, y otros pequeños estados como Andorra, San Marino, Mónaco o Liechtenstein. A pesar de que también fue convocada, la Unión Soviética no sólo rechazó la cumbre, sino que presionó a los países de su órbita -como Polonia o Checoslovaquia- que habían mostrado interés para que cambiasen su postura. Stalin interpretaba el plan como una manera de establecer el control político por parte de los norteamericanos sobre los países que se adhiriesen, lo que actuaría en contra de los intereses de la Unión Soviética y de todos los países que ya estaban bajo su influencia. De esta forma se produjo la primera gran escisión en el bloque aliado y es el momento considerado por muchos como el arranque de la guerra fría que enfrentaría a las dos grandes potencias mundiales durante las décadas siguientes.
Tras arduas jornadas de negociaciones en París los estados europeos llegaron a un acuerdo sobre el plan y la manera en que se aplicaría. La cantidad solicitada ascendía a 22 mil millones de dólares de la época. El presidente estadounidense, Truman, rebajó la cifra hasta 17 mil antes de llevar el plan para su aprobación en el Congreso. Allí encontró una fuerte oposición del ala republicana, que era partidaria de una política más aislacionista y tuvo detractores en el propio bando demócrata, pero los acontecimientos que se produjeron navegaron a favor de corriente del Plan.
En febrero del cuarenta y ocho cayó el gobierno democrático checoslovaco en manos del poder soviético y este hecho fue trascendental para que todos viesen como cierta la amenaza que suponía para el sistema norteamericano el avance del comunismo. En abril, el congreso terminó aprobando un plan que suponía un total de casi trece mil millones de dólares, el equivalente a unos 80 mil millones de dólares de 1997. [2]
El dinero se distribuyó aproximadamente en préstamos de bajo interés y subsidios con el objetivo de proveer medios de pago para la adquisición de materias primas, el restablecimiento de los sistemas monetarios y la creación de una estabilidad financiera.
Entre abril del 48 y junio del 52 llegaron a Europa toda clase de productos de primera necesidad: las célebres cajas ‘care’, alimentos, fertilizantes, productos de higiene y sanidad, después maquinaria para incrementar la producción agrícola, más tarde elementos para el restablecimiento de la industria. Entre ingleses y franceses se repartieron casi la mitad de la ayuda y a Alemania terminó llegado sólo un 10% después de que se decidiese abandonar el plan Morgenthau, que pretendía abocar a los alemanes a un estado agrícola.
¿Qué fue realmente el Plan Marshall?
Hay un hecho definitivo: el plan Marshall contribuyó a la fragmentación de Europa, dividió el continente entre los países que quedaron al otro lado del telón de acero, bajo dominio soviético, y la denominada Europa occidental, países democráticos basados en la economía capitalista y la influencia estadounidense. Es también evidente que aquellas ayudas y subvenciones aceleraron la recuperación de todos los países. Aunque también es razonable pensar que ésta se hubiese producido con o sin plan Marshall, es difícil imaginar cómo hubiese sido el escenario de reconstrucción de Europa si no hubiese sido ese el camino tomado, o cuál hubiera sido el curso de la historia si los Estados Unidos hubieran perdido su capacidad de influencia sobre el continente en detrimento del régimen comunista de la Unión Soviética.
Hay cientos de teorías que sitúan a los americanos como los verdaderos beneficiados de aquel plan, otros que ensalzan su altruismo en la recuperación de un continente totalmente devastado. Según el sesgo ideológico, pueden defenderse teorías en principio encontradas y para las cuales es sencillo encontrar argumentos. Lo que yo creo es que los Estados Unidos, al finalizar la guerra, eran la primera potencia económica del mundo y que tanto Marshall como Truman supieron hacer una lectura brillante de los acontecimientos y trazaron el camino de futuro que más les convenía, como después quedó demostrado.
El Plan Marshall fue una reivindicación del poder económico y político norteamericano. Del lado económico hicieron el negocio perfecto: prestaron sus dólares para que los europeos comprasen sus productos, gran parte de ellos excedentes que se hubiesen visto seriamente comprometidos de haber continuado el colapso de la economía europea, pues en aquel escenario el viejo continente y a través de éste sus colonias, eran el principal cliente de la economía norteamericana. Terminó con la política de aranceles, que había sido muy gravosa para su economía y además lo hizo bajo la apariencia del espíritu de la gran nación que no sólo había salvado a Europa de los nazis, sino que estaba ayudando a su reconstrucción.
A través de esto, consolidaron su poder político en un mundo que, como vislumbraron de una forma muy clara, empezaba a dividirse en dos grandes bandos. Occidente quedaría ya bajo la influencia de su cultura y de su modo de organización económica, algo que perdura hasta nuestros días y que tal vez fue la primera gran derrota (y la más severa a la postre) del comunismo en esa guerra fría que comenzaba por el dominio del orden mundial.
El Plan Marshall no es sólo un acontecimiento determinante en el curso de la historia por la importancia que tuvo en su momento, sino por las consecuencias que generó durante tantos años para tantos países y millones de personas. En la actualidad, podemos encontrar ciertos paralelismos. Libramos una guerra en la que no hay bombas ni disparos, pero sí dejará ruina, economías detenidas, países prácticamente quebrados. Tal vez ahora, mientras se libran los últimos combates contra el virus, haya ya algún general Marshall preparando un discurso como aquel en Harvard y que pueda hacer que, bajo la apariencia de la reconstrucción, esté dibujando una nueva pirámide de poder.
Bibliografía
Becerril, B. (2017). La apuesta de los Estados Unidos por la unidad europea en el marco del Plan Marshall. El apoyo norteamericano y la obstrucción británica en el umbral de la integración europea (1947-1951). Revista de Derecho Comunitario Europeo, 56, pp. 159-198. UNIR. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6010196.pdf
Castro, V. UNO, DOS, TRES. Una visión de la Guerra Fría demasiado irónica para su tiempo. UNIR. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/818925.pdf
Mesa, R. (1989). Guerra Fría, distensión y solución de conflictos. Revista del Centro de Estudios Constitucionales, 3, pp. 247-268. UNIR. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1049046.pdf
Gardner, R. (1997). La idea de Marshall y su significado actual. El PAÍS. Disponible en: La idea de Marshall y su significado actual | Internacional | EL PAÍS (elpais.com)
González, B. (2012). Cooperación económica del Plan Marshall al G-20 (1944-2012). Mediterráneo Económico, pp. 113-123. CAJAMAR. Disponible en: https://www.publicacionescajamar.es/publicaciones-periodicas/mediterraneo-economico/mediterraneo-economico-22-la-economia-internacional-en-el-siglo-xxi/341
Audiovisuales
Documentos Radio Nacional de España, «El Plan Marshall: la ayuda americana que impulsó una nueva Europa». Disponible en: http://www.rtve.es/radio/20180406/plan-marshall-ayuda-americana-impulso-nueva-europa-documentos-rne/1709440.shtml
CNN, LA GUERRA FRÍA 3/24: Plan Marshall (1947-1952). Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=jtG516SCv_8
Foto portada: nps.gov
[1] (RNE, 2018)
[2] (Gardner, 1997)